La
locomotora
Si
supiéramos cómo nombrar en definitiva esa sensación de extrañeza que nos invade
a veces, que se nos viene al pecho como un peso inexplicable, si encontráramos
una sola palabra que lo enunciara, el mundo quedaría en silencio.
Porque
sin querer seguimos tratando de explicarnos, de apalabrarnos para poder ver más
allá de lo evidente, aunque sea lo evidente su mismo punto de partida. La
escritura es deseo, como aquel caballo de caricatura que persigue eternamente a
una zanahoria que lleva atada en la cabeza, mientras no la alcance, todo estará
bien. La literatura persigue al lenguaje para tratar de decir aquello,
el espléndido efecto de una causa que aún no sucede1, explicando así la sorpresa de leer un poema
sin entender muy bien qué es eso que nos invade, identificarnos con lo que nos
sugiere, como una especie de déjà vu.
Es
fácil de entender este fenómeno cuando se está enamorado, por ejemplo, el mundo
que nos rodea nos habla, una canción, el clima y la (a veces extraña) sensación
estar vivo se mezclan con esa inevitable satisfacción amorosa, que suaviza la
piel y acolocha el pelo, como decían las abuelitas. Llega entonces a nuestras
manos un frase, una película, una imagen que nos transporta hacia el ser amado,
y el deseo de que esa frase, esa película o esa imagen hubieran sido creadas
con nuestras manos, con nuestro esfuerzo, pero no, es otro quien lo escribe y
uno quien termina apropiándoselo, total que la poesía es, entre tantas cosas y
entre ninguna, un diálogo entre subjetividades, desde cualquier lado que se
lea, como dijera aquel italiano en la adaptación de El cartero de Neruda,
“la poesía no es del que la escribe, sino del que la necesita”.
I O I
Los
episodios del vagón de carga fueron
premiados en 1969 en los Juegos Florales de Quetzaltenango y publicados por
primera vez en 1971 por la editorial de la Universidad de San Carlos de
Guatemala. Sin querer, este libro nace en espacios totalmente contrastantes.
Por un lado la premiación en Xela era (y aún lo es) un acto de abolengo para la
élite quetzalteca en el que se reconocía al “poeta laureado”, como una suerte
de iluminado al estilo modernista de fines del siglo XIX; y por el otro, la Editorial
Universitaria de aquellos tiempos publicaba autores contemporáneos que, además
de su reconocido talento, compartían un compromiso ético, estético y político
con su momento histórico, particularmente en contra de las dictaduras militares
y sus atroces consecuencias. Como si el libro de Arce danzara entre la
decimonónica sociedad del occidente y el pensamiento revolucionario sesentero
en un lúdico desplazamiento entre opuestos, de lo apolíneo a lo dionisíaco sin
saber cuál es cuál.

La obra
de Manuel José Arce estuvo profundamente marcada por esa época ruda, represiva.
En su polifacética creación encontramos siempre la denuncia del artista ante
las injusticias que desborda(ba)n nuestra sociedad, para fines prácticos,
latinoamericana. Dice el dramaturgo, novelista, periodista y, sobre todo,
poeta:
“Total:
no pasa nada:
me
desangro.
Y sólo
se desangra el ciudadano
A-1
199003 de la leve ciudad de Guatemala,
En
donde y cuando tantos se desangran,
se
desangran de veras,
por
heridas legítimas,
de bala,
de no
comer,
de
estar pobre y enfermo y trabajando.”
Y todo
porque para Arce, inquieto, ameno y fraternal (según cuentan sus amigos), el
pueblo no era una abstracción ajena, sino una realidad inmediata, de ahí la
profunda sencillez de sus textos, de un Vagón de carga personalísimo y
cotidiano. Su lenguaje sencillo y la representación de un mundo conocido por
las grandes mayorías, nos hablan de su intención de ser leído en un amplio
rango de posibilidades, de compartir un lenguaje accesible a cualquier persona,
el subtítulo de libro “(anti-pop-emas)” es la clave para entenderlo.
I O I
En
1954, el poeta chileno Nicanor Parra publica su libro Poemas y antipoemas, una
serie de textos que replantearían el quehacer poético latinoamericano. Parra
introduce un nuevo lenguaje, simple y cotidiano, que contrastara con la
retórica de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. El afán de estas
vanguardias era replantear la percepción subjetiva del mundo a partir de
libertades estéticas nunca antes vistas y terminó en la construcción de un
lenguaje hermético e incomprensible (en términos de comunicación) para las
mayorías. A partir de esa necesidad de replantear la literatura, surge la
“antipoesía” de Parra en la que se crea un nexo comunicativo más eficaz con el
lector, donde las ideas lograran superar al lenguaje, “una poesía a base de
hechos y no de combinaciones o figuras literarias”2 como comentara el mismo Parra.
Rápidamente
podríamos comparar el siguiente fragmento de Dibujos de ciego del también
guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, publicado el mismo año en que Los
episodios del vagón de carga ganara los juegos florales:
“Las
nimias anécdotas que cuentas sucintamente son monedas arrojadas en las aguas
nocturnas del ser que responden heridas con interminables círculos excéntricos:
constituyen el tema; y no las anécdotas, sólo conductoras de la carga que forma
fluidas estructuras: no has querido expresar un significado, sino crear significación”3;
con
este otro de Arce:
“Amo en
tus pechos, pechos
Piel y
forma.
Nunca
manzanas, piñas y otra cosa.
No me
quiero acostar con un frutero de exotismos retóricos.
Ni con
una alta cátedra de mármol que me lleve a decir
palabritas
de frac, condecoradas,
frases
de muerte ilustre, memorables,
cosas
que no disgusten a la gente”;
en
ambos casos los poetas se refieren al uso particular que quieren hacer del
lenguaje, Cardoza y Aragón, continuador de la estética vanguardista a la cual
se contrapuso la antipoesía, evidencia un eficaz uso de figuras retóricas en un
código particularmente complejo y exigente; mientras que en Arce el lenguaje
mucho más ameno y cotidiano nos permite una identificación inmediata con sus
textos, acceder a los espacios de reflexión propuestos por él con mucha más
comodidad e inmediatez.
Como
era de esperarse, el planteamiento de Parra no fue exclusivo para la tradición
chilena, la historia compartida en distintas regiones del mundo impulsaba a los
poetas a este nuevo diálogo estético-político4. Arce y Guatemala, sin lugar a dudas, no
fueron la excepción.
I O I
Evidentemente
el subtítulo de este libro es en sí mismo antipoético, (anti-pop-emas)
además de hacer alusión a su referente parriano, también alude un importante
componente para la lectura del libro, la representación de lo popular.
La
cultura pop, esa que Carlos Monsiváis llamaría “el resultado anómalo de
la ambición comercial y la creación artística”, y que se convertiría en el
reconocimiento de los rasgos culturales característicos de nuestra
contemporaneidad, íntimamente ligados a la idea de industria, reproducción y
comunicación de masas (la publicidad, los cómics, el cine, la televisión, la música
popular) que habían estado proscritos de la creación artística. Justo como lo
deja ver Arce en Los episodios del vagón de carga se trata de la
posibilidad de incluir
no sólo el lenguaje popular sino su propia simbología, la que identifica al
pueblo -y al mercado, valga añadir-, en su cotidiana convivencia, como lo podemos ver en este fragmento:
“descubro
que te quiero
como un
rinoceronte a su rinoceronta,
y
quiero ser un héroe del cine robándote a caballo
entre balazos”
o en
este otro:
“Ver tu
zapato junto a mi zapato:
olvidados
de todo,
sin el
trabajo de irnos soportando”
Probablemente
este desenfado carnavalesco con que el autor representa su momento histórico,
sea uno de los principales aportes de este libro. Abrir la posibilidad de que
lo popular fuera un baile de máscaras intercambiables y festivas a pesar de la
tragedia que, para el pueblo guatemalteco, a penas se avecinaba.
Este
juego de disfraces paródicos podría explicar la existencia del intermedio del
libro, con su métrica clásica, sus rimas y sus cantos “sublimes” al amor, sobre
todo en un país en el que el sistema educativo ha ido convirtiendo a la
literatura en un objeto extraño y ajeno, donde la poesía es un cúmulo de rimas
empalagosas que pareciera se susurran los viejitos al oído; puede que Arce esté
jugando con estos clichés para dibujarnos una interrogante en el rostro ante su
picaresca sonrisa. Podría ser.
I O I
Alejado
de cualquier signatura populista y panfletaria, la postura política de Arce
resulta bastante radical, hoy, viéndola con la distancia que nos otorga el
tiempo, parecería que aquella apuesta a la subjetividad, al individuo, y sobre
todo al amor, fueran su respuesta ante la sordidez de la muerte y la
injusticia; como si
la primera y la última esperanza se volcaran en esos tres segundo de
intensidad, en esa cuenta regresiva hacia al vida:
“y
cuando iba a morirme por vez última
pasaste
tres segundos
sin
detenerte,
[...]
tres
segundo apenas,
y
nací
y
empecé a vivir mi vida
-la
única que tengo y que he tenido-
y la
tierra se puso
a
correr y a dar vueltas
alrededor
del sol
nueva
de gozo”
sin
duda es el feeling el que da el motor a este tren tan familiar para
nosotros, los que nunca hemos visto uno. Quizás porque apostar por el amor en
las horas oscuras cuando tantas cosas perdían sentido para la humanidad, era
apostar a que el futuro es una habitación llena de ventanas desde donde tarde o
temprano veremos pasar los episodios de nuestro propio vagón de carga. A lo
mejor sí.
1
Fenómeno que el cubano
Severo Sarduy llamó retombée.
2
Citado por Schopf,
Federico, en el prólogo de Poemas y
Antipoemas, Santiago, Nascimento, 1970
3 Cardoza y Aragón, Luis. Dibujos de ciego. México,
siglo XXI editores, 1969. P. 13.
4 Roque Dalton en El Salvador o Nazim Hikmet en Turquía, por poner un par de ejemplos