miércoles, 30 de octubre de 2013

Ejercicios de lectura: El elegido, Rafa Romero


Escena 1: 


El capitán Willard (Martin Sheen) está preso en una especie de calabozo subterráneo, un lugar absolutamente oscuro contrastado con algunos rayos de luz de sol que entran por las rendijas del calabozo. Se observa un grupo de niños curiosos viéndolo, riendo, luego el cuerpo del capitán como reptando, despertando quizá. Volvemos a ver a los niños y entre ellos los ojos del coronel Kurtz (Marlon Brando) asomado también, viendo a su preso, posteriormente lee en voz alta y detalladamente un artículo sobre la Guerra.

Una cantina que se llama Aquí nacen los campeones, una ONG de apoyo a privados de libertad con discapacidades neurológicas que se llama Días prósperos. Un personaje que se llama Bartolomé Jesús Ledesma López, mejor conocido como Bartolo , o Tolo así, a secas.  Un personaje que habita y habla desde una especie de sótano de la sociedad guatemalteca. Sótano se queda corto, cloaca, calabozo, agujero en la tierra, un submundo, Tolo se desliza, repta quizá, por ese mundo paralelo, por ese universo de sombras en el que previamente han recorrido otros narradores guatemaltecos, me refiero a una pequeña tradición de relatos desde el submundo que no es otro que el día a día de un país que se empeña en construir un relato luminoso sobre una piedra gigante llena de mierda. Pienso en los relatos de Víctor Muñoz, de Marco Augusto Quiroa, Carlos Paniagua, Franz Galich, y más recientemente Francisco Alejandro Méndez, Juan Carlos Lemus, Estuardo Prado, Eduardo Juárez, Arnoldo Gálvez Suárez, Byron Quiñónez, José Joquín López, y bien, Rafael Romero,  la exploración por nuestras cloacas no es, finalmente, una exploración, sino un recorrido natural y cotidiano (si es que nos podemos atrever a llamar así a nuestra realidad). El elegido se inscribe pues en esta forma de entendernos, de buscarnos, de estar tirados ahí en el calabozo tratando de entender qué carajos nos pasa.


Escena 2:

Martin Sheen sale del hoyo, Marlon Brando le deja abierta la puerta del calabozo, el capitán Willard sale “a la luz”, repta, se desmaya, lo cuidan, le dan agua, el coronel Kurtz, siempre a la sombra,  recita el poema The hollow men de T.S. Elliot

Inclinados unos con otros
La cabeza llena de paja. ¡Pobres!
Nuestras voces secas, cuando
Susurramos juntos
Son suaves y sin sentido
Como el viento sobre el pasto seco
O pies de ratas sobre vidrio roto

La voz, de dónde surge la voz, quién habla cuando el subalterno habla, cómo habla el subalterno, la gran pregunta de Gayatri Spivak “Puede hablar el subalterno”, según Spivak, no pueden hablar en el sentido de que no son escuchados, de que su discurso no está sancionado ni validado por la institución. [] el subalterno no puede realizar actos de habla que refrenden su discurso., sin embargo plantea que el artista desde la cultura puede dar “voz” al subalterno, en su manifestación  puede “transmitir a modo de delirio esa voz interior que es la voz del otro en nosotros, y bien, es posible, es válido, se ha hecho y se seguirá haciendo, aunque personalmente creo que es necesario plantear a dónde nos lleva este ejercicio, a dónde llegamos cuando guionamos la voz del otro, y acá un cuestionamiento que nos abre este libro: qué es eso que nos hace sentirnos identificados o no, rechazar o no, el habla que el narrador plantea, esa especie de reconstrucción literaria de una voz que es imposible de asir, una voz que se escurre, qué es eso que sentimos y de dónde viene. El comentario “nosotros no hablamos así” quedaría bastante fuera de lugar tomando en cuenta que estamos hablando no precisamente de quienes estamos acá, no precisamente de los estudiantes de una universidad privada, ni siquiera hablamos de la clase media (aceptando que aún existe), no, el plural acá colapsa, se disloca, incluso para el mismo narrador. La otra pregunta necia, ¿es que acaso solo podemos escribir sobre aquello que representamos, sobre aquello que conocemos?, ¿estamos presos de nuestra clase, de nuestra voz, de nuestras palabras? Las respuestas serán mutantes como la pregunta, el otro, sin lugar a dudas es un espacio que aún no sabemos cómo habitar, nosotros, el otro, ustedes, ellos, en fin, ahí una de las grandes discusiones del quehacer cultural, hasta dónde llega la voz de los demás que pasa a través de nosotros, hasta dónde…

Escena 3

El coronel Kurtz en la sombra, marlon brando en su grandioso esplendor, es decir, en el corazón de las tinieblas, en el corazón mismo de la selva, hablando con el capitán Willard, Martin Sheen, quien está a punto de matarlo. Kurtz, la voz de la sombra, la voz del horror de una guerra recita aquel monólogo inmortal:

He visto el horror. El horror que tu has visto. Pero no tienes derecho de venir y llamarme asesino. No tienes derecho. Tienes el derecho de matarme. Puedes hacer eso, pero no tienes el derecho de juzgarme. Es imposible describir en palabras justas qué es el horror para aquellos que no saben qué es. Horror. El horror tiene rostro, y tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror mortal son tus amigos. Si no lo son,  entonces son enemigos a temer. Son verdaderos enemigos.

El horror. Sería el sustantivo exacto, la palabra que se nos mete como un chaye en el cuello, el horror. El recorrido de Tolo, la narración de Tuco, el testimonio acobardado de un estudiante de sociología, el relato silente del vecindario, la voz de unos niños que hablan desde un agujero oscuro, un agujero de mierda, así sin eufemismos. Vivir en el barranco, morir en el barranco, nacer entre el lodazal y nacer cada vez que la goma de esta realidad decide darnos un respiro. Ese permanente despertarse del chara, del dónde estoy, cómo terminé metido en esto, y peor todavía, cómo diablos salgo de este agujero. El elegido, vaya nombre para un relato sórdido, nunca mejor puesto, el elegido como una bala elige a un cuerpo, suponiendo que lo elija; como un lector elige a un libro, con la certeza que uno va para adelante, aunque adelante sea hacia abajo, o hacia atrás: todo movimiento es un acto creativo, dice Newton. Describir la belleza y delinear la fealdad no son actos contradictorios, esto lo dice Ezra Pound en algún lado. “No usté no entiende ni se imagina nada. Usté está del otro lado”, esto lo dice Bartolomé Jesús Ledesma López hacia el final del libro, y el elegido se vuelve uno. El diálogo del capitán Kurtz en Apocalypse now termina cuando Marlon Brando le pide al capitán Willard que le cuente a su hijo por qué él hizo lo que hizo, por qué se sumergió en el horror, entonces, salvadas la distancias, todos tratamos de contar esa historia, todos hacemos, o tratamos de hacer lo que Coppola hace, lo que Joseph Conrad hace en el Corazón de las tinieblas, lo que Rafael Romero hace en El elegido, lo que Homero quiso hacer cantando “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros”, tratamos, como podemos, con lo que tenemos, con lo que nos sale, cantamos al horror que, en definitiva, no nos abandona.



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