viernes, 20 de junio de 2014

Lunes de fútbol


aquello de poner el cuerpo
no era, tal como parecería
un eufemismo
nos referimos a esta contradicción
de sangre y nervios que se atraviesa en el camino.
Me refiero
a un puño,
a una mejilla, a un pecho arrecho,
me refiero quizá al partido de ayer, lunes,
a la patada fraternal que te levantó por los cielos
y luego de boca entera al suelo,
me refiero a esa mano que levanta
y al sonido indescifrable de los cuerpos que caen en la cancha,
porque suenan, sí,
como cuando caen al cemento,
como cuando caen a la gramilla
como cuando caen sobre la tierra
y es indescifrable
como esas cosas que sabés que sabés
pero ya no te acordás,
es precisamente ese tipo de miedo el que va de la mano,
no el miedo al golpe,
a la patada,
al cuerpo que empuja,
al que corre,
al que se cae.
No es el miedo a volar recurrentemente por los cielos
con esa necedad incurable de la danza
y del balón.
Hay un miedo extraño que te quería comentar
y es el del sonido ese del cuerpo que cae
como cuando cae en el cemento de una acera,
como cuando cae en la grama, en las hojas muertas sobre la montaña
el miedo del sonido de un cuerpo que cae al fondo de la tierra
sin poder decir nada.
Es una tontería que lo recuerde ahora, martes,
mientras observo en el espejo los moretes del partido,
y el olor de la camisola sudada llena la habitación
con desagrado pero sin vergüenza.
Es nada más que quería contarte un poco de ese miedo,
para poder volver a hablar de aquello de poner el cuerpo,
porque vos, sabés, que en el momento afortunado
que la vida nos confronte, mirada con mirada,
manotazo en el pecho,
sabés que me voy a meter a uñas y dientes y aruñones
porque yo no sé pelear, mi hermano,
yo peleo como si tuviera garras y cola,
y es lo que se me sale,
y con vos
y con toda esta mierda que se asoma frente a la ventana
todos los días con la necedad de los pasos lentos de un funeral
con la necedad redonda, no del balón, sino la de aquel dado
redondo y ya roído
que no tiene fin sino en un hueco,
en un hueco de inmensa sepultura,
tal como nos lo recordó Vallejo,
con vos y con lo que venga, ponemos el pecho, viejito,
y un día de estos se me va a quitar el miedo
y en la cancha, cuando juguemos
y seas vos quien me tire a la mierda
y vuele yo por los cielos
y luego de boca entera al suelo,
recordaremos el pacto ese, el de los danzarines
y los balones
de botar, y rebotar sobre el tiempo
hasta que suene el cuerpo sobre la tierra
finalmente, con las historia sobre los huesos
y el amasijo de sangre y nervios que uno deja de ser

cuando ya solo se es memoria.


para el fauno Canale y el negro Ramírez