jueves, 25 de noviembre de 2010

Este mal de Martín Díaz, una adaptación generacional

Este mal
Martín Díaz
Editorial Catafixia, 2010



Con frecuencia se escucha decir que cada generación hace su propia interpretación de los clásicos, idea que nos resulta muy sencilla de entender a la luz de los contextos generacionales y la capacidad de los clásicos de, tal como diría Barthes, decirle miles de cosas a un mismo hombre. En fin, tomo esta idea porque hay un clásico de clásicos que cuesta incluir al canon como tal, porque no tiene un origen único y que todas han sido adaptaciones de un original que se conserva pero que es de autoría colectiva, me refiero acá a una estupenda e impresionante obra que en español y por no conocer una mejor palabra para definirlo llamaremos infierno. Sí, el infierno es una de las grandes obras de la humanidad, claro está no me refiero al infierno cristiano, ni al de Dante ni al de los Caballeros del zodiaco, que no son sino adaptaciones de esa obra original y única que sigue habitando mutante entre nosotros, el infierno, cadáver exquisito de la historia de la humanidad, por decirlo de alguna manera y manteniéndonos en la tradición occidental de la adaptación de dicha obra. Este clásico, al que nos referiremos de ahora en adelante simplemente como “infierno”, no es sino la biografía de la angustia en los distintos momentos de la historia, y como tal sus páginas están pobladas de muchos de los grandes versos de la humanidad, versos, imágenes, sonidos, o como diría Antonin Artaud «Nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado sino para salir realmente del infierno».
Este mal, de Martín Díaz lo tiene claro desde el título mismo, adaptación contemporánea del clásico universal de la angustia, el libro es un recorrido onírico por el agitado espíritu de nuestro presente, es decir, entre línea el libro se llama Este tiempo. El paseo por una especie de estado alterado de consciencia de una voz que habla en primera persona desde el miedo, el horror y la sombra, onírico sí por el lenguaje que explota en imágenes delirantes, y también por su carácter de pesadilla, de sueño pesado que avanza, como un rezo por nuestras singularidades. Y es que Este mal además de la referencia temporal al presente aclara su punto de vista, es este mal, y no aquel, ni aquellos, ni estos, este, claro, por eso no se organizan excursiones al infierno, porque ahí cada uno con sus tecomates.
Quiero detenerme un instante para volver a citar a Artaud en una frase que me parece fundamental para no caer en visiones binarias sobre la naturaleza del recorrido que propone Díaz, dice Artaud “El arte tiene un deber social que es el de dar salida a las angustias de la época”, y sí, afirmo entonces que no es ninguna coincidencia que este libro se publique y presente junto al trabajo de la también gran poeta y querida amiga Rosa Chávez, titulado Quita Penas, ¿magia?, sí y sin duda, conjuro, rito, ceremonia armónica y poética esta, invocar a la angustia para darle salida, porque ahí sí estaremos de acuerdo que el infierno es un lugar de paso, aunque cada paso parezca la eternidad misma.
Entonces volvemos a las páginas de este libro ritual personalísimo y muy… mmm… propio. La poética de Díaz para su adaptación de la angustia es clara, todo tiene siempre más de un lado o como el mismo poeta dice 
Con estas manos con que escribo “beso”
Con estas manos con que escribo “disparo”

Disparo es un signo fundamental para entender este libro, disparo por la capacidad de potencia de expulsar a velocidades exorbitantes a través de una explosión (la lectura misma del libro) la angustia en estado puro, como baba amarilla, por momentos realmente incómoda. Disparo como metáfora de la víspera del dolor, el texto es enunciación pero también invocación no queda fuera lo que vendrá, como asomarse a un monte para decir, “aún te falta atravesar esto”, otra vez que el poeta nos lo diga
Diariamente me marcharé de ti
Hacia lugares de los que vuelva un hombre un poco más digno
Más acabado, más violentado, más ruinosamente bello

Y finalmente disparo como una de las pistas contextuales para tratar de reconstruir un mapa de un sitio que pareciera no tener salida, sí, durante todo el libro, el personaje que nos confiesa su condición (desde el primer poema, una especie de carta a nosotros) se la pasa jugando, ¿puta, cómo así?, sí jugando, el personaje en cuestión es nada más y nada menos que adicto a los videojuegos, discretamente se la pasa haciendo click y apretando botontes :
la magia es ese vaho que expelen
Las sienes de los muertos
Cuando se les hace click” ¿Resident Evil?

O este otro
Me hace sentir la vida cuando toca un botón y se que está allí
Oigo el click

O este bastante más delator
Un espacio lechoso se traga al día
Como ese en que flota Gánondorf
En el destierro
(Click al vacío)

Así es, Gánondorf, el mismo que tanto dolor de cabeza nos dio mientras le dábamos vida a Link en cualquiera de las versiones de Zelda.
Ahí, ritualizada la muerte en el videojuego y en el poema, el disparo se vuelve una forma más de morir, de llegar a la muerte y seguir.
Díaz dice
Acabaremos cubiertos de la sangre de nuestros enemigos

O esta maravillosa imagen de ese último instante
Se es solo y perdidamente dichoso
Como la mosca que muere aplastada en la bolsa de pan

Desasosiego y ternura, como la distancia entre beso y disparo, indistintas una y otra van avanzando por la sombra, cómo el instante del miedo absoluto en el que la belleza es una esperanza añorada y por tanto evocada en la mente, la belleza y la fe en algo, en algo que habita el vacío absoluto que representa la noche oscura, oscura, oscura.

dijiste “amor la magia no existe”
Y henos aquí
Fluyendo a cada rincón de un cuerpo blando
No creías en lo absoluto
Y te arruinará todos los finales!

Ahí la apuesta radical del libro, en esa tensión entre la desesperanza absoluta y la posibilidad de salir de ella, creer se vuelve la clave, pero ¿creer en qué?, si todo está perdido, si la niña pregunta “Mami ¿los cachorros también van al infierno?”, si solo queda la noche bajo la ropa, pues creer en creer, en cargar de significado las cosas como si fuera la cuerda de un juguete y luego soltarlo, creer en crear, el lenguaje, como muchas otras cosas es un acto de fe, tragarse que la palabra árbol representa con sus cinco letras esa cosa rugosa verde y café que se mueve con el viento y que está aferrada a la tierra, o que el infierno es un clásico, o que de la angustia se puede salir con el arte, ese tipo de cosas no son sino actos de fe, donde fe, evidentemente, no es un acto de creer a ciegas sino de crear con los ojos bien abiertos, a la mierda con aquella otra fe.

Tal vez mi razón es demasiado vulgar
Mi vida tan poco espiritual
Porque he sido yo quien destruyó el camino de regreso
Porque me negué hasta las últimas consecuencias…

Nos lleva este primo de Virgilio por las páginas del libro, y en el mismo poema concluye

Tal vez prefiero arder
Y escapar en la dirección del viento
Para no perder ni una hoja del fuego
Que me extinguirá

Ahí, se manifiesta el sentido ritual de las palabras y su propia muerte, otra vez en palabras de Artaud “si me mato no será para destruirme sino para reconstruirme”.

Celebro pues el lanzamiento de este libro de alguien con quien no casualmente nos han confundido como hermanos, testigos y compañeros ambos de varias temporadas en el infierno y de varias salidas del mismo, brindo de la forma más pagana y delirante porque Este mal y Quita Penas (de otra hermana de recorridos) sigan curando en sus ritos nuestras heridas, e iluminando con en sus fuegos nuestras épicas de todos los días. Pues tal como nos anuncia el último poema de este libro “Tal vez sus huesos florecerán mañana”.


Acá pueden leer algo del libro y de los otros libros de la toma 6 de Catafixia