El Veranillo de San Miguel
Es fácil imaginar la infancia como uno de los temas favoritos del arte, siempre volvemos o deliramos que volvemos, o más esquizo aún, afirmamos hablar desde ella. Para lo que nos trae esta vez al signo, resulta innecesario detenerse en una inútil ontología de los años felices, no, sale ahora la infancia para pensar en cierta forma de ejercer la fotografía, en cierto ojo curioso y travieso que decide capturar el agua de la piscina con las manos para ver si es azul, en la que sospechamos es una relajada forma de disparar, de encuadrar como si se tratara de un juego en el que se reorganiza el tiempo y se vuelve a pintar el cielo.
El Veranillo de San Miguel es, en la tradición española, una especie de repunte del verano, un momento en el que el verano mismo decide ser verano, algo como su propia reivindicación. Así esta serie de Lola Guerrera, que toma este nombre de su imaginario popular, es a su vez su propia reivindicación, la de ese lúdico ejercicio de la fotografía al que nos referíamos, al del repunte del verano y al del repunte de la imaginación, ahí donde la foto decide registrar los universales -el mar, el desierto, la arena, el agua, el cielo, la infancia, etcétera- con aquella metafísica que nos enseñó Pessoa “Que no hay mayor metafísica en el mundo que la de los chocolates”. Registrar el paso el tiempo reorganizándolo: la memoria, despeinándola; la infancia, corriéndola y el verano, pues, veraneándolo. El manejo de los celestes como si el cielo fuera un juego de legos; la arena, las paredes y la luz estallando al blanco, como si en ellos se pudiera colorear; y el movimiento sugerido por un sol y un mar que juegan a las escondidas esperando que les encontremos, son pues suficientes razones para no dejar de disparar, para que el chiste colonialista de la cámara roba almas se convierta en una poética realidad, dejarse robar el alma, así porque sí, porque se viene el veranillo.
nebula humilis

El desierto tiene su
propia voz. Habla. El desierto tiene su propia luz. Brilla. El
desierto tiene su propio cuerpo. Baila. Nosotros, recostados en un
sofá en medio de alguna gran ciudad, lo imaginamos siempre bajo el
sol, siempre su arena. Él nos imagina a nosotros desde su plenitud,
parados entre dos piedras, pinchándonos el dedo con alguna espina,
ahí, absortos frente a un cactus.
Sabemos algo de su
naturaleza, intuimos su fuerza, su natural estar ahí, esperándonos
quizá en la variante “de la arena vinimos y hacia ella vamos”.
Nebula Humilis es, de alguna
manera, un punto de encuentro entre nosotros, soñando al desierto, y
el desierto soñándonos. Nubes de colores intensos en medio del
desierto como resultado de una especie de colisión entre lo
que es y lo que
imaginamos que es.
En
este trabajo, Lola Guerrera explora las posibilidades del color, el
volumen y la materia en un espacio bastante complejo de trabajar, no
me refiero precisamente al desierto, sino a nuestro imaginario. Y es
que en esto que nos empeñamos en llamar realidad sabemos imaginar el
desierto, lo hemos visto, lo hemos vivido, lo hemos intuido, pero...
y si lo imaginamos de otra manera, y si por un efímero instante
dejamos entrar nuevas formas, nuevos colores, nuevas texturas.
Guerrera
juega pues con esas posibilidades, intervenir la paleta de colores
del desierto con un naranja o un morado que surja de entre las
piedras o la arena es una provocación frontal a nuestra imaginación.
Y es que tal como lo sugiere Borges, el desierto es el laberinto
perfecto (texto abierto al infinito, en el sentido barthiano),
pensarlo como un signo organizado es su propia trampa, Guerrera
reivindica en este ejercicio la naturaleza escurridiza de la imagen,
del laberinto de significantes y significados por en el cual nos
vivimos perdiendo y encontrando, explotar bombas de humo en el
desierto es una carta del Unabomber enviada a la “lógica” con
que aparentemente entendemos este mundo.
La
alusión al latín en el nombre de esta serie de fotografías -que
registran intervenciones en espacios mineros de la Aridoamérica
mexicana-, podría ser la tensión final del sueño del desierto, la
nomenclatura binomial de Linneo pareciera colapsar ante las nuevas
formas de vida que habitan las intervenciones de Guerrera,
la lógica occidental se vuelve también efímera en el ejercicio,
volvemos a la colisión -al fallido colapso organizado bajo el cual
se fundamente la minería-, a la explosión de las bombas de humo que
resuenan con su honguito atómico ante el “control” que la lógica
representa, el humo y su libertad de formas, su volumen
fantasmagórico y aleatorio, nos obliga a cuestionarnos ¿qué sucede
cuando nos atrevemos no a imaginar, sino a ser imaginados? ¿Cuando
dejamos caer una bomba de posibilidades en el centro justo de nuestro
imaginario? Quizá, en diálogo con aquel Goya primo del Unabomber,
esta vez podamos pensar que el sueño sin la razón produce seres
maravillosos que brotan del desierto.
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