miércoles, 23 de mayo de 2012

De cómo alcanzar un estado de iluminación mirando al cielo o abrazando a un oso


Una de las líneas emblemáticas de la década de los noventa en Guatemala era parte de una canción de una de las bandas queridas de aquellos años, Bohemia Suburbana, la línea “escupo al suelo ymiro al cielo” fue una de los favoritos ejemplos de sentido figurado que los adolescentes noventeros disfrutábamos interpretar. La imagen del chico grunch sentado en la orilla de su cama con los pantalones abajo y la mirada somniolenta fue la interpretación más difundida, claro está. Esta vez la traigo de vuelta no precisamente para hacer una apología al onanismo (que espero poder hacer a su debido momento) ahora la traigo acá para detenernos en la mirada del chico grunch, conociendo simultáneamente el borde del paraíso y la puerta del desasosiego, la imagen final, mirar al cielo.
En muchos sentidos el acto místico más familiar para nuestra entorno simbólico es justamente ese, mirar al cielo y sus connotaciones mesiánicas, monásticas, sí, pero también astrales, poéticas, para el libro de Marvín García, Solamente el cielo, publicado por Vueltegato Editores una mezcla místicopoética y amorosa.
Me detengo acá para observar cuán fuerte y traumático resulta calificar algo como amoroso a estas alturas del siglo veintiuno, pareciera ser que el signo amor solo acepta su existencia en el sustantivo y el verbo, pero calificar de amoroso nos provoca algo parecido a la sensación que nos induce el afirmar que este es un libro de poesía sobre el cielo y el amor. Habrá quien se sienta sumergido en un barril de miel con botonetas, porque está dispuesto a reconocer que está enculado, engasado, pero nunca enamorado. Porque el siglo XXI no está para para esas nimiedades compulsivas del mercado, el amor, se exige en sustantivo o a lo sumo en verbo, pero aléjenos su adjetivo enamorado.
Escribir enamorado está en el top 5 de lo contemporáneamente incorrecto, junto con leer la Eneida, a Octavio Paz, que te guste el Surrealismo y el Lago de los cisnes. Pose dura esa de decir “creo en el amor pero no me enamoro”. Ja, arrechos.
Solamente el cielo es en materia contemporánea, un arriesgado recorrido por la subjetividad de un sujeto enamorado que se retrata a sí mismo en 27 snapshots de imposibilidad. No entraré en detalles de qué podríamos entender por deseo, o por imposibilidad, o por amor o enamorado, no creo pues que el libro trate tampoco de ello, propongo sí que nos relajemos con el tema y empecemos con un pequeño tantra, “es posible escribir poesía enamorado” “es posible escribir poesía enamorado”.
Luego de haberlo asumido, el siguiente paso es eliminar la imagen del autor, oh sí, poner la mente en blanco, cerrar los ojos, respirar profundo y piense usted en el autor de este libro, Marvin García, ahora dibújele un puntito blanco en la nariz, haga crecer ese punto, hágalo crecer sin miedo, el círculo poco a poco va haciendo desaparecer al autor y su mente se va quedando en blanco, sin imágenes y sin poeta. Tome distancia, lo que está leyendo es exactamente la materialización de la famosa frase rimbaudiana “yo es otro”. Bien, terminado el ejercicio podemos volver a ver Solamente el cielo.
El sujeto enamorado, un hombre, aparentemente centroamericano, post grunch, le escribe a su sujeto amado en un movimiento parabólico en el que podemos confirmar que un sujeto enamorado lanzado hacia el cielo en busca de su sujeto amado garantiza una trayectoria en la que estrellará su rostro contra el piso a la misma velocidad y aceleración conque quiso llegar al cielo. Dicho fenómeno es provocado por la gravedad (así de grave) con que el sujeto desea al sujeto amado, el resultado pues, es un tiro parabólico en el que como en el video del kiwi que quería volar -recuerdan, el hit del youtube de hace algunos años en el que un pequeño kiwi ensarta unos árboles en el borde de un precipicio al que luego se lanza simulando que puede volar, y vuela- el poeta logra que estos 27 retratos sean como los arbolitos del Kiwi, un simulacro linguístico que altere las leyes universales de la gravedad con que nos entregamos a la existencia y registren la trayectoria del deseo, que no es poca tarea, sumergirnos en el deseo de un sujeto que se refiere al cielo como

una manifestación cósmica que nos reúne
y nos convierte en objetos valiosos”
o
como una habitación llena de luz
como una caricia
como un corazón con miedo
como una eternidad pasajera
o
como un paraíso de color violeta, azul, naranja...

y que poco a poco va tomando consciencia que
en el cielo hay un enorme vacío
que no se llena con todos los amores
de esta ciudad”

y finalmente
El amor que se formó en un balcón,
las calles
tu memoria
y los mensajes que se vuelven oscuridad”

le hacen sentirse
solamente frente a un espejo
solamente el cielo”.

Queda documentado entonces, que a estas alturas del siglo XXI siempre habrá un sujeto enamorado llenando las páginas de un libro, que irremediablemente y a pesar de nuestros estrambóticos esfuerzos por ser bien “posmos, pues” terminamos siempre inmersos en estos lanzamientos parabólicos. Sin embargo, tomo acá las palabras con las que Roland Barthes terminó la entrevista que le hiciera Play Boy sobre el amor a finales de los setenta, diciendo “No hay que dejarse impresionar por las depreciaciones de las que es objeto el sentimiento amoroso. Hay que afirmar, es necesario osar, Osar amar”, en este sentido, Marvin es un osado, y sí, para los que tenemos la suerte de conocerle y ser su amigo, también es un osito.



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