martes, 12 de febrero de 2008

El informante nativo: nosotros los otros


it may be the devil or it may be the Lord
But you're gonna have to serve somebody.

Bob Dylan

Si tuviéramos que buscar alguna característica común en esa abstracción que damos por llamar literatura guatemalteca, muchos estaríamos de acuerdo en que la idea de identidad por este espacio simbólico y geográfico que compartimos aparece en buena parte de la producción nacional.

Los particulares contrastes y contradicciones en que seguimos tratando de construirnos han dejado un permanente registro en nuestra construcción simbólica, como ejemplifica Francisco Alejandro Méndez “bailar el Paabanc con los Bukies y Reebook”, eso o algo que se le parece; que si no nos gustan los términos postmodernidad, hibridación, mestizaje, igual seguimos registrando nuestra condición (muchas veces contradicción) que nos representa, El informante nativo (F&G editores) novela publicada por Ronald Flores en el 007 recién pasado, es un claro ejemplo de ello.

En un país con tantos contrastes como el nuestro, la metáfora del desplazamiento describe con efectividad muchas de nuestras características-contradicciones, en muchos de nosotros existe de alguna forma un viaje, una migración geográfica, cultural, política, económica, religiosa, guarever; claro, naturaleza de una sociedad son esas migraciones, pero todas juntas en un mismo personaje ya generan una sustancial diferencia. Viernes, el protagonista de El informante, es un indígena lacandón que, para hacerla resumida, se desplaza de su espacio “aborigen” y selvático a la condición (pobreza, marginalidad, etcétera) de los migrantes en la capital, él y su familia se apropian de un pequeño terreno en un barranco, desde donde verán crecer la ciudad y con ella varios de sus problemas. Viernes, el primogénito, es el elegido para ser educado (como manda la tradición, pué) y lograr entrar a la cancha esa a la que en definitiva su familia no tiene derecho a entrar, es en ese recorrido por encontrarse a sí mismo y por ganarse un espacio en su sociedad, según las reglas occidentales del juego.

Durante el recorrido de Viernes en los distintos estratos de nuestra(s) sociedad(es), Ronald Flores revisa muy de cerca dos de los problemas fundamentales a partir de los cuales se siguen vaciando las tolvas: la identidad y la lucha de clases, por supuesto, atravesados en todos sus agujeros por el poder.

Apunto pues algunas ideas que se podrán encontrar en los múltiples desplazamientos que se observan en Viernes, su familia, el medio académico guatemalteco etcétera, que aparecen en el libro y que de alguna manera pueden aportar líneas a la discusiones como la subalternidad, el postcolonialismo, la otredad y la postmodernidad.

- El ideal cognitivo de la ilustración como sombra del academicismo contemporáneo que exige membresías para acceder a ese espacio “legitimado” de poder. El conocimiento como ejercicio de dominación del poder hegemónico, pues. Viernes es becado por una importante organización internacional, con la finalidad de que este “aborigen” pueda proveerles información (de ahí el título del libro).

- La imposibilidad hibridación en espacios verticalmente distintos (según lo dicta el que está arriba, por supuesto), limitada una pasajera cópula (real o simbólica) incapaz de engendrar nuevas posibilidades. En la novela se presentan varios acercamientos entre extremos sociales: mujer blanca y extranjera/ indígena lacandón exótico; pandillero(s) organizados de barrios marginales/ acaudalados terratenientes, algunos venidos a menos; joven estudiante indígena entusiasta e idealista / viejo académico frío y calculador; en esta dinámica de intercambios no se negocian puntos medios, quien ostenta el poder dicta las reglas y el otro tendrá que adaptarse.

- La venganza del shumo “el respeto se gana no se hereda”, el tema del poder presenta una interesantísima faceta cuando es el “subalterno” el que revierte el ejercicio del poder: armas en mano los guerreros de los barrancos se apropian de los antiguos cacerones de renombradas familias.

- “la necesaria continuidad en la batalla cultural contra los señores de Xibalbá (“que pierden los padres pero que ganan los hijos” p18.

- La crisis de representación: “sin embargo, como el vestuario y las máscaras de los danzarines estaban cubiertos de espejos, cuando Torres se les acercó: “tan solo me vi a mí mismo, distorsionado y fragmentado, en los múltiples reflejos” (p.192)

- Can the shumo speak?. Esta variante de la famosa interrogante planteada por Spivak en los ochentas “¿Puede hablar el subalterno?”, no había sido traida a la literatura guatemalteca, el narrador de la novela el Lázaro Tormes, un ladino sí, que se plantea en la página 187 la posibilidad del aborigen de enunciarse. Pregunta que tiene su mayor aporte no en la respuesta sino en ese espejo doloroso que implica preguntárselo. Finalmente, esta novela de Flores representa de alguna forma ese delirio al que se refería Spivak “transmitir a modo de delirio esa voz interior que es la voz del otro en nosotros.

- La identidad ladina, habla entonces Lázaro Tormes “Llegué a conocerme mejor, como mestizo descendiente de mestizos clasemediero guanabí que soy a partir de la amistad que surgió entre nosotros (Viernes y Tormes). Reconozco las sangres en conflicto en mí, la forma en que represento la síntesis de culturas y linajes que se ha dado en el Nuevo Mundo: un mestizaje polisémico, en múltiples niveles de sentido. Ignoro si soy la summa de todas las cultuas y procedencias, o si soy más bien los rescoldos, una amalgama de sobras” (p. 193)

- La sonrisa irónica del subalterno, más cabrón que bonito, que le devuelve al poder hegemónico un sabroso “toma tu chocolate”.

Ver también:

Notas de prensa sobre El informante nativo

“El narrador como informante ladino” por Beatriz Cortés

“El informante nativo” por Mario Cordero

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