Bastó
recostarse en silencio
a
ver las estrellas,
a
escuchar atentamente
el
discreto canto
de
la luz que viaja por el tiempo.
Bastó
sentir el viento
entre
los árboles
y
entender
que
las hojas
son
una prolongación de la piel.
Bastó
quedarse quieto,
no
moverse,
quedarse
tendido
como
las piedras se quedan tendidas,
como
las ramas secas se quedan tendidas,
abrir
bien los ojos
y
ser dos gotas de agua tendidas sobre la tierra.
Y
poco a poco las palabras se fueron yendo del corazón,
se
fueron silenciando los susurros
de
quienes caminaban hacia el lado invisible del cielo,
poco
a poco todo se fue volviendo
silencio
y
calma.
El
tiempo se hizo cero.
Empezaba
a amanecer.
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